Published on agosto 16th, 2020 | by Isael Serra
Metal en los años 90, parte II
En la primera parte analizamos un poco los antecedentes de la década que se venía encima, la fuerte influencia de la música de los años 80 que fue base para lo que seguía después en el metal, y como este género comenzó a tornarse en una corriente ya plenamente identificada, pues incluso bandas más pesadas y provenientes del underground arañaban las listas de popularidad, y tenían un espacio en la entonces influyente MTV.
Ante la euforia que desataban las bandas importantes de thrash y el éxito comercial de bandas del llamado metal alternativo, los grupos de hair/glam “metal” con su muy cuidada imagen, y su música diseñada para sonar en la radio a todas horas, se veían ya algo desfasadas, aunque seguían reinando en las listas.
Se hacía necesario un cambio de estafeta. Si, el “grunge” llegó a rematar a dichas bandas; pero desde hacía un tiempo se notaba un viraje en las tendencias. Ya existían grupos como Faith no More, Red Hot Chilli Peppers -cuando tocaban “funk metal”-, Fishbone, Primus, etc., que con base en guitarras heavys –incluso inspirados en los riffs del thrash– experimentaban con ritmos e influencias.
El denominado por los medios como “metal alternativo”, a falta de un nombre mejor, pues las etiquetas se expandían, las bandas se saltaban las clasificaciones tradicionales, y en esa ebullición musical ya se vislumbraba una explosión sónica bastante colorida y ruidosa para los siguientes años.
Mientras que los subgéneros del metal que la década de los años 80 parió- speed/thrash, death, black– por fin se consolidaban y tomaban vida propia. Ya no eran los “hermanitos feos” y subestimados, ahora había una legión de bandas para representar a cada uno de estos subgéneros, y “la nación under” se fortificaba y crecía.
1991: El thrash en el mainstream, y el año en que el grunge “la rompió”
Por estas fechas salió a la luz el disco negro de Metallica. Este álbum representó un cambio musical con respecto a lo que Metallica estaba acostumbrado a hacer; y que dividió opiniones entre las huestes metaleras más aferradas, y quienes celebraban que la banda californiana accediera al mainstream, pues, de alguna forma, eran un símbolo de todo el movimiento thrash metal que comenzó desde el subterráneo.
Así que el hecho de que ahora fueran súper estrellas representaba un logro para una banda de esas características. Y el resto de los grupos emblemáticos del thrash -incluidos las otras tres bandas del llamado “Big 4”-, se frotaban las manos ante esta oportunidad de llenar estadios y vender discos a lo bestia, cobijados -aunque no lo admitieran abiertamente- por el éxito de Metallica.
Muchas de estas bandas incluso cambiaron su sonido para amoldarlo a una audiencia mayor, a veces copiando descaradamente la producción y el enfoque del llamado “black album”. Algunos con más fortuna que otros. El celebrado y exitoso “disco negro” cambió el juego: se mantuvo por 282 semanas en la lista de los 200 discos más vendidos de EE.UU. Al lado de gente como Maddona, Michael Jackson, Mariah Carey, Vanilla Ice, Enigma, Extreme, etc. Para sorpresa de propios y extraños, vendió millones de copias en todo el mundo con una facilidad pasmosa. Y la gira del disco homónimo fue épica.
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Una gira tan mastodóntica y extensa que incluso llegó a México en el año 1993, ante un público eufórico, aún muy poco acostumbrado a un evento así. De repente, el morro fresa de tu escuela ya se dejaba el cabello largo y lucía orgulloso su camiseta de Metallica. Las chicas leían sobre Guns n´Roses y Metallica en la infame revista “Eres”, y todos escuchaban “Enter Sandman” o “Nothing Else Matters” en su walkman. Ahora, el antes menospreciado y marginal thrash metal era lo cool.
Ya no era solo para unos cuantos inadaptados, coleccionistas de casetes. Todo esto era un fenómeno curioso: nuestro amado y desarrapado thrash por fin recibía cierta atención de las masas y se le hacía justicia-“And justice for all…”- pues era una música intensa más acorde con los tiempos, con actitud, de cierta calidad, y que merecía más reconocimiento.
Ruido al margen.
Sin embargo, sin necesidad de caer en sectarismos, muchos fans del metal sentían que algo se estaba desvirtuando con esta música, así que continuaron con la evolución del metal desde el lado más extremo. Las semillas que sembraron bandas como Venom, Celtic Frost, Mercyful Fate, Slayer, Sodom, Bathory, Kreator, Sarcófago, etc, ya estaba dando sus maléficos frutos.
En esa época previa al uso del internet masivo, los medio de información por excelencia para estos temas eran las revistas especializadas como RIP, Kerrang!, Metal Hammer, Metal Edge/Metal Maniacs, la española Heavy Rock, etc, quienes eran los encargados de cubrir a las grandes bandas y reseñar las novedades discográficas del momento con impactantes portadas donde aparecían irremediablemente Metallica, AC/DC, Guns n’ Roses, Mötley Crüe, Ozzy, o Bon Jovi -que eran el gancho para que se vendieran-, pero que, al margen, en un rinconcito, también se daba información de bandas más extremas.
Así te enterabas de las últimas noticias sobre Morbid Angel, Cannibal Corpse, Entombed, Carcass o Deicide. Pasaba algo similar en las tiendas de discos: detrás de un LP de Scorpions o Cinderella, podía aparecer mágicamente un disco de Death o de Sepultura. Los fanzines que daban cuenta de ese mundillo también se multiplicaban. Había euforia y hambre por estos sonidos.
Así que el intercambio y compra de casetes eran la opción para acceder a mucha de esa música; pues los CDs en eso tiempos aún eran casi artículos de lujo. Ante una industria siempre cambiante, como la musical, el público era el que mandaba, y la gente quería música que reflejara un poco más la realidad, música más fuerte, con temas sociales y hasta políticos. Ya estaba todo muy saturado de baladitas ñoñas de grupos con estética glam.
De repente veíamos que bandas como los brasileños Sepultura -una banda del llamado “tercer mundo”-, que tomaba sus influencias tanto del thrash metal más under, como del rabioso hardcore, creaban una verdadera conmoción musical, de tal forma que las bandas ya establecidas voltearon a verlos con sorpresa. Y ese año entregaron esa poderosa obra llamada “Arise”.
En EE.UU. Pantera ya estaba lejos de ser esa bandita glam redneck desconocida, ahora se reinventaban como un peso pesado de esta competencia de sonidos duros y nos daban riffs poderosos mientras se codeaban con las estrellas hard rock del momento. Ozzy Osbourne nos brindaba también en ese año, el que tal vez es su último disco digno, “No More Tears”. Y del lado experimental y desquiciado, veía a la luz el disco homónimo de Mr. Bungle. 1991 también fue el año en que se llevó a cabo una -hasta entonces- impensable edición del festival Monsters of Rock en la –todavía-Unión Soviética, en plena era de la perestroika.
Las bandas encargadas de poner el soundtrack en ese desorden donde la juventud rockeaba mientras eran contenidos por la brutal policía rusa, fueron: Pantera, The Black Crowes, Metallica y AC/DC. Las cosas estaban cambiando en la madre Rusia, y en el resto del mundo también. La juventud aspiraba a algo mejor, a un cambio. El rock y el metal ya estaban llegando hasta los rincones más apartados.
Al margen del foco público, el death metal ya era un género legítimo por sí mismo, con sus elementos característicos y una imaginería muy clara: sangre, tripas, zombies, monstruos, locas maneras de morir, el mundo como un sitio ultra violento, control social, etc.
En ese año se editaron joyas del death metal tales como “Human” de la banda Death, un trabajo maduro y ambicioso de parte de Chuck Schuldiner y sus muchachos, Morbid Angel se coronaban como uno de los reyes del género con el impecable “Blessed are the Sick”, los ingleses Carcass también maduraría su sonido dándole más enfoque y experimentación con “Necroticism-Descanting the Insalubrious”, y la banda de New York, Suffocattion, estiraba las líneas de lo brutal con “Effigy of the Forgotten” que hasta crearía un nuevo sub género: el “brutal death metal”.
Y entonces llegaría el grunge
1991 fue también el año en que el sonido de las bandas de Seattle, también conocido simplemente como “grunge”, irrumpió en los medios masivos. Ya los enterados sabían algo de estas bandas. Alice in Chains estaba en una disquera “major” y giraba -en ese año- al lado de colosos del thrash como Slayer, Megadeth y Anthrax-en la gira Clash of the Titans-, e incluso te lo vendían como “metal alternativo”.
Mientras que Soundgarden también recibía cierta atención, y en ese año lanzó su disco “Badmotorfinger” con buenas reseñas. Eran bandas con una actitud y enfoque diferentes a lo acostumbrado, muy enraizados en el rock de los años 70, aunque pasados por el filtro del punk y el heavy metal; y que ya habían pulido su sonido para hacerlo más accesible para las audiencias del metal mainstream.
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Pero el fenómeno no explotó masivamente hasta que el video de una entonces desconocida banda comenzó a salir cada vez más en la rotación de MTV. Era algo atípico, el video recibió un trato que no era muy común en el canal musical: que un grupo que no llevaba ya varios discos famosos detrás, de repente saliera “de la nada” y poco a poco escalara posiciones hasta ser de los videos que más pasaban, ¡y a petición del mismo público! La banda del video en cuestión también era algo rara: con una canción entre depresiva, rabiosa, sarcástica e hipnótica, estructurada muy al estilo “alternativo”, pues tenía partes lentas -a medio tiempo-, líneas vocales memorables, y se ponía intensa en el coro. Y encima se burlaban de los grupos virtuosos en la parte del solo de guitarra, al repetir la misma melodía que ya había hecho la voz.
Todo parecía estar hecho para contradecir los clichés rockeros. La producción del video y de la música no era mala tampoco, entraba en los estándares y de alguna forma jugaba el juego MTV; pero con un twist: Era una explosiva mezcla entre pop lúgubre, gritos punk, y guitarras distorsionadas. El video era toda una declaración de principios por parte de la banda de Seattle -que muchos ni sabíamos dónde quedaba eso-: era pura ironía y desenfado.
Incluso la letra hablaba de armar una “revuelta”-en el video es más claro aún-, de hacer un gran alboroto, porque “que flojera daba todo”. Y entre broma y broma, sí hubo una revolución musical a partir de esa simple canción. El cantante y guitarrista que aparecía en dicho video, era un tipo güero, con el cabello largo, pero no tato como los metaleros-desde ahí él ya establecía que se posicionaba a la mitad de todo eso, en su propio limbo rockero-.
Contrario a otros artistas que salían en MTV, el güerillo vestía de forma despreocupada, con una camisa de rayas como la de Pepe el Toro o de ñoño de los años 60. El flaco y encorvado guitarrista –y aparte zurdo- era una especie de nerd, pero enfurecido, y que se agarraría a golpes hasta con los thrashers, o con los punks más rijosos, pues se veía que al vato le valía todo. Pero sobre todo brillaba en él una especie de locura entre peligrosa y contenida; y tal vez ese elemento era el encanto que sedujo a millones.
El ahora nuevo ídolo-después sabríamos que a esa música se le llamaba grunge– se desgañitaba, gritaba, hacía gestos de maniaco autista, y actuaba y se movía con cierta desgana, como no queriendo estar ahí; pero cumpliendo su papel de frontman carismático. Estamos hablando, claro, de Kurt Cobain, y el video de Smells Like Teen Spirit de Nirvana.
En esos días, luego del fenómeno masivo provocado por dicho video, los súper virtuosos guitarristas de las consolidadas bandas de glam dejaron de llenar estadios; y algunos incluso hasta colgaron las guitarras y se tomaron unas largas vacaciones. Los jóvenes que aspiraban a ser músicos para rockear ya no querían esforzarse para tocar como un Steve Vai, ¿ya para qué?, si con solo tres acordes, actitud, y mucho ruido podías hacerla.
Fue el año en que el grunge la rompió. Como en ese documental, “1991: The Year Punk Broke”; que ni era de punk, sino de una gira de Sonic Youth con Nirvana. Y hasta Michael Jackson veía con incredulidad como tres desarrapados de Seattle-luego saldrían con que más bien eran de un pueblito llamado Aberdeen- desbancaban su disco “Dangerous” de las listas de popularidad. Porque si, en ese entonces las listas del Billboard significaban algo.
Pero no solamente las bandas de hair/glam “metal”, los virtuosos de la guitarra, o Michael Jackson padecieron por esta nueva movida musical; sino que del lado del metal, las bandas de thrash- las que no se llamaban Metallica- que ya se estaban acostumbrado a que MTV les hiciera caso, cubriera sus giras y los entrevistara, también vieron canceladas sus posibilidades de convertirse en las siguientes estrellas de la evolución natural del hard rock/metal.
Toda la atención se volcó hacía el sonido Seattle, las revistas se volcaban en averiguar cualquier detalle de esas bandas, y hasta las revistas de moda copiaban su modo de vestir. Ya saben, jeans rasgados, camisas de franela, botas Dr Martens, etc. Y las bandas de thrash como Slayer, Anthrax, Megadeth, Testament, etc, veían como las bandas que antes les abrían los shows-, y que “les hacían los mandados”; ahora dominaban el circuito de conciertos, llenaban recintos y les comían ese mandado. El metal extremo, volvía al ghetto, al underground.