Published on mayo 10th, 2020 | by Esencia de Antes
El otro cine de los setentas: La mala adolescencia y el color de la sangre
Los años setentas para la cultura popular iniciaron con la muerte del vocalista de la mítica banda angelina The Doors, Jim Morrison, en 1971 y culmina con el estreno de la que es quizá la mayor ópera espacial jamás filmada, “El Imperio contraataca” (Irvin Kershner, 1980). Entre un acontecimiento, el final de una de las bandas más representativas de los años sesenta, y el otro, el inicio del dominio de las productoras de películas de gran presupuesto que dominarían toda la década de los ochentas (LucasFilm de George Lucas y Amblin Entertainment de Steven Spielberg) pasaron diez años, toda una década en donde todas las artes, en especial el cine, se encontraron en territorios desconocidos hasta el momento; las revoluciones y los movimientos sociales de finales de la década pasada finalmente estaban dando sus frutos: los derechos humanos y la libertad avanzaban vertiginosamente por todo el mundo occidental, pero, como si se tratara de un niño al que le dan la libertad de hacer lo que le plazca, esa misma sociedad no supo entender del todo su magnitud, ¿qué hacer cuando un artista tiene la total libertad de realizar una obra acorde a su propia visión y pensamiento? ¿Qué hacer cuando se tiene la libertad de plasmar en pantalla las ideas más desenfrenadas?
Prólogo: Al servicio secreto de su majestad
Los setentas fueron un periodo de transición para las películas de James Bond que fueron considerados por muchos en los años sesentas (aún hoy en día) como películas misóginas y que enaltecían el dominio de los hombres (siempre vistos como fuertes y determinados, ya sea en papeles protagonistas como el mismo James Bond o como los villanos en turno) sobre las mujeres que tenían roles muy discretos y tradicionales (como la siempre fiel a su jefe Miss Moneypenny) o como la mujer que necesita ser rescatada (las chicas Bond en turno). Sin embargo, en los setentas hubo un cambio, no exactamente bueno pero lo hubo; el cambio principal fue que Sean Connery decidió que “Los diamantes son eternos” (“Diamonds Are Forever”, Guy Hamilton, 1971) sería su última película interpretando al famoso agente británico y la batuta pasó al inglés Roger Moore quien dos años después protagonizaría “Vive y deja morir (“Live and Let Die”, Guy Hamilton, 1973).
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James Bond se suavizó a tal grado de que con Moore inicia un periodo de caricaturización del personaje que llega a su cénit con “007: Misión espacial” (“Moonraker”, Lewis Gilbert, 1979). James Bond ya no es hombre cruel, misógino y calculador como en la era de Sean Connery. Sin embargo, las chicas Bond aquí comienzan un periodo de transición que para los ochentas ya será toda una realidad: serán femme fatales en toda regla y rivales del agente del MI6 y no solo la damisela en peligro, un cambio que otro James Bond, George Lazenby, creía que sería el futuro de la serie cuando decidió no seguir siendo James Bond después de su primera, y única película, “007 Al Servicio Secreto de su Majestad” (“On Her Majesty’s Secret Service”, Peter Hunt, 1969), una decisión que se arrepentiría años después pues en ese momento su agente le dijo que en los años setentas James Bond dejaría de existir pues se acercaban tiempos en donde la mujer se opondría a esa explotación aunque sin pensar en que el rol de la mujer en las películas sería distinta a la visión un tanto misógina de Ian Fleming. James Bond definitivamente evolucionaría para adaptarse, al menos un poco, a las nuevas reglas de un nuevo orden social.
Aquí lo irónico es que, sí, la mujer comenzaría a ver en ese tipo de cine una explotación a su sexualidad pero a la vez esa sexploitation se convirtió en un género en sí mismo del que se aprovecharían tanto hombres como mujeres: Los setentas le darían al mundo una sexplotación artística basada en todos los bajos instintos del hombre (y de la mujer): el sexo, la sangre, el terror. Las guerras quedaban momentáneamente en el pasado, se alejaba Vietnam y el Medio Oriente no sería escenario de cruentos episodios sino hasta la década de los ochentas. Los setentas, por el momento, tenían a su disposición una herramienta y a la vez arma poderosa: la libertad de expresión, ¿una verdadera y nueva Belle Époque macabra?
La mala adolescencia
Eva Ionesco, modelo, actriz y directora, nació en París el 18 de julio de 1965. En la década de los setentas salió en diversas revistas de tinte erótico como en una de las ediciones italianas de Playboy en 1974 antes de cumplir los diez años y llamó la atención de cineastas como Roman Polanski quien le dio la oportunidad de debutar en su film “El inquilino” (“Le locataire”, Roman Polanski, 1976), además salió en otras películas de corte erótico mucho antes de cumplir los 15 años, la primera siendo “Spermula” (Charles Matton, 1976), una película de porno blando que obligó a la misma madre, la fotógrafa franco-rumana, Irina Ionesco, a exigir el retiro del pietaje de las escenas donde sale su hija; sin embargo, eso no evitó que la misma Irina vendiera las instantáneas del metraje donde actuó su hija además de hacerla su modelo principal para sus exhibiciones de fotografía erótica y, más aún, cederla como actriz principal en una de las películas más controvertidas de la historia: “La Maladolescenza” (Pier Giuseppe Murgia, 1977). Su historia es simple: una pareja de adolescentes pasa el verano feliz en el bosque hasta que Silvia (Eva Ionesco) lo complica todo con su llegada.
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La película fue criticada, mas no censurada, por sus desnudos íntegros y escenas sexuales. Se estrenó en cines comerciales de Alemania e Italia y fue prohibida en su totalidad hasta la década de los noventas por casi todos los gobiernos del mundo menos en Italia en donde aún está protegida bajo una serie de normas que ponen al aspecto artístico de una obra por encima de cualquier aspecto ético. Los setentas fueron una época de libertad sexual muy polémica que hoy en día sería considerado, cuando menos, aberrante; no sólo era Eva Ionesco sino que la estadounidense Brooke Shields (nacida el mismo año que Eva Ionesco) debutó como actriz en “Pretty Baby” (Louis Malle, 1978) en un papel que no dista mucho del de Eva en “La Maladolescenza”; no deja de ser curioso que el nombre de Eva evoque tanto recato como impudor pues la Eva bíblica tentó a Adán con las delicias de la manzana prohibida.
En esa misma década habría otras obras que se escondían bajo el subgénero de “Coming-of-age” (un género cinematográfico muy en boga en Francia que se centra en el crecimiento tanto físico como psicológico de sus protagonistas que pasan de la adolescencia a la madurez), las hay, legítimamente, como las obras del fotógrafo y director inglés David Hamilton (“Bilitis”, 1977; y “Laura”, 1979) y las aún más polémicas “Little Lips” (Mimmo Cattarinich, 1978) y “L’immoralitá” (Massimo Pirri, 1978), películas que, sin embargo, no han sido censuradas del todo pues con un trabajo adecuado de montaje, las distribuidoras han podido venderlas censurando la desnudez de las protagonistas infantiles, lo mismo que sucedió con “Spermula”. Ciertamente, ninguna de estas películas podrían filmarse ni distribuirse íntegramente hoy en día.
El color de la sangre
En los años setentas un género que se consolidó, y vio sus mejores obras, fue el Giallo (que en italiano significa “amarillo” y que se refiere a todas las películas relacionados con crimen y misterio y que tienen una serie de características que entroncan a este género con el slasher, es decir: hay un personaje psicópata, escenas de horror impactantes, música discordante y un trabajo de cámara muy pulido y extravagante a la vez).
En 1977 la gran obra de este género italiano la realizó su máximo exponente, Dario Argento, con su seminal obra “Suspiria” que fue la primera parte de una trilogía temática que no terminó sino recientemente; esta película, si bien no es un slasher en sentido estricto sino una película de terror (podríamos decir que el slasher parte del horror -donde éste es provocado por un agente humano- mientras que el terror es provocado por un ente sobrenatural), tiene todos los elementos de un film giallo.
Recientemente, en 2018, tuvo una adaptación a manos de Luca Guadagnino que, si bien se asemeja en ciertos aspectos a la obra original (en especial en lo relativo al clásico uso del color rojo argentoniano y una iluminación y musicalización discordante), no tuvo el carisma de la original ya que ésta se centró más en el aspecto psicológico de la protagonista que en el visual que permeaba en todas las obras del giallo.
También los setentas vieron surgir el cine de horror y terror más desenfrenado de mano, sobre todo, de directores italianos. Así como Argento, siguiendo la batuta de su maestro Mario Bava, llevaría al giallo a su máxima expresión, otro director italiano, Lucio Fulci, crearía su propio estilo con, irónicamnte, un semi-plagio: “Zombi II” (Lucio Fulci, 1979), una pseudosecuela apócrifa de “El amanecer de los muertos vivientes” (“Dawn of the Dead”, George A. Romero, 1978) y que fue titulada en Italia como “Zombi”. Esto generaría fricción entre Romero y Fulci quien fue acusado de plagio por el primero, además la película de Romero fue producida ni más ni menos que por Dario Argento.
Durante toda la década de los ochentas el tema del plagio en las películas de zombis crearía todo un subgénero con secuelas apócrifas por doquier de las cuales destacaría “El regreso de los muertos vivientes” (“Return of the Living Dead”, Dan O’Bannon, 1985). O’Bannon, dicho sea de paso, colaboró con Romero en la exitosa “La noche de los muertos vivientes” (“Night of the Living Dead”, George A. Romero, 1968) y ambos crearían diversas ramas de secuelas a las que Fulci se apuntaría (este último sin el permiso de los directores estadounidenses). Sin embargo, las películas de Fulci superarían a todas en la cuestión de la sangre, ésta era excesiva y las escenas violentas eran explícitas: secuencias de ojos siendo perforados por clavos, mutilaciones de brazos y piernas, decapitaciones, vísceras por doquier; básicamente todo lo que la película “Poultrygeist” (Lloyd Kaufman, 2006) plasmaría en esta hilarante comedia visceral. Sin Fulci no habría Kaufman, y sin Kaufman no habría buen cine sin sentido hoy día.
Una de las películas más controvertidas de la historia se rodó en esta década, fue controvertida porque muchas personas creyeron que se trataba de una película snuff (películas donde se comete un crimen, como un asesinato o una tortura real, y se promueven de manera comercial), y, sin embargo, no lo fue: “Holocausto caníbal” (“Cannibal Holocaust”, Ruggero Deodatto, 1980) fue en realidad uno de los pioneros en el mockumentary (falso documental) aunque generó mucha controversia debido a que la publicidad del film sugería que los sucesos de la película (un grupo de jóvenes cineastas viajan al Amazonas para hacer un documental sobre tribus supuestamente caníbales y allí encuentran su fin a manos de éstos) eran reales, una premisa que casi vente años después haría de “El proyecto de la bruja de Blair” (“The Blair Witch Project”, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999) un fenómeno global. Pero “Holocausto caníbal” era parte de esa década de la sangre, las mutilaciones y la libertad de ver a la muerte con morbo (además de tener una clara crítica hacia el colonialismo imperante; los setentas pudieron ser muy liberadores pero aún subyacía el colonialismo cultural y económico). Con todo y esto, también ya se avecinaban los ochentas y la censura, el conservadurismo y la fantasía en el cine, por eso fue prohibida, y no deja de ser irónico, en Italia, sí, el único país del mundo que no prohibió “La Maladolescenza”.
Siguiendo con el cine de este país que no tuvo recato en mostrar a nínfulas desnudas en sus revistas eróticas, “Saló o los 120 días de Sodoma” (“Salò o le 120 giornate di Sodoma”, Pier Paolo Pasolini, 1975) es incluso más descarnada que “Holocausto caníbal”, una película que causó conmoción porque no solo es cruda por su violencia y escatología sino que, y esto fue más criticado en su momento, hay un dejo de erotismo coming-of-age pues en la película había actores menores de edad.
Una película así solo podía surgir de una generación que vivió tanto los horrores de una guerra (en este caso al director, Pasolini, le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial) como el auge económico que surgió en Europa a partir de los años sesentas; a la mezcla de horror que él mismo vivió, se combina el hedonismo propio de los sesentas y setentas, lo que hace de “Saló” una cruda visión de los horrores del final de la guerra aunado al brutal hedonismo de los antagonistas del film quienes durante 120 días, los últimos de la República Social Italiana (o República de Saló, un Estado satélite de la Alemania Nazi en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial), fraguan una serie de monstruosidades para satisfacer sus más excesivos apetitos carnales.
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Estas películas se convertirían de inmediato en películas de culto, es decir, que tienen una aprobación fuerte por parte de una crítica limitada, o en otras palabras: no tendrían una popularidad masiva sino de pocos pero entusiastas espectadores que serían su nicho. De su influencia surge a finales de los ochentas, una de las películas más audaces y grotescas de nuestra historia: “Nekromantik” (Jörg Buttgereit, 1987). El sexo, las parafilias y la muerte volverían a unirse en una sola película.
¿Y qué pasaba en México mientras tanto? René Cardona Jr., hijo del galardonado cineasta mexico-cubano René Cardona, empezó haciendo películas de Capulina en los años sesentas para formarse dentro del cine de explotación en los años setentas en donde junto con el actor Hugo Stiglitz crearon obras de culto de la serie b como “La noche de los mil gatos” (1972), “Tintorera” (1977) y “El triánngulo de las Bermudas (1978); “La noche de los mil gatos” tuvo una fuerte influencia del giallo italiano, tanto en el nombre (las primeras películas de Dario Argento tenían nombres donde mezclaba animales con números) como en su estética visual, aunque la crítica la destrozó, mientras que “Tintorera”, a su vez fue parte del fenómeno que surgió a raíz de “Tiburón” (“Jaws”, Steven Spielberg, 1975) y “El triángulo de las Bermudas” que fue influenciada por películas como “Terremoto” (“Earthquake”, Mark Robson, 1974). Estas películas, basadas en la popularidad del gore, las bestias como depredadores de hombres, desastres naturales y psicópatas, contrastaba con el cine de terror clásico o gótico mexicano representado por Carlos Enrique Taboada quien una década atrás creó los dos más grandes clásicos del cine de terror mexicano: “Hasta el viento tiene miedo” y “El libro de piedra”, ambas de 1968. Mención aparte tiene su propia película coming-of-age, “Veneno para las hadas” (1984), su última película.
Cabe destacar que, si bien hoy en día aún existen películas donde una bestia depredadora ataca a un puñado de jóvenes víctimas, éstas ya están diseñadas para sorprender al espectador con efectos especiales y escenas de acción, mientras que “Tiburón” y “Tintorera” jugaban con el suspense, “Sharknado” (Anthony C. Ferrante, 2013) por ejemplo, intenta conmocionar al público exagerando la realidad de una manera burda y cómica. Y si bien el cine de horror de los ochentas siguió con la idea de mezclar la sexualidad con la violencia que tanto gustaba a directores como Wes Craven, y quien se burló de eso con su seminal obra “Scream” (1996), la sangre pasó a un segundo término, ya no importaba cómo moría alguien sino quién lo hacía y el por qué, los efectos ya eran secundarios o se intentaba ver desde otra perspectiva, desde lo psicológico como hiciera John Carpenter con “Halloween” (1978); esto cambiaría con la llegada de productoras como Blumhouse o de directores como Eli Roth quienes más o menos han hecho obras dignas del cine de horror setentero. Sin embargo, ninguna ha llegado a la que quizá es la película más polémica desde “Saló”: “Una película Serbia” (“Srpski Film”, Srđjan Spasojević, 2010): una crítica cruda y visceral de la decadencia de la sociedad serbia de la postguerra (Serbia se fragmentó durante la década de los noventas debido a las Guerras Yugoslavas de 1991 a 2001). Spasojević usó al numen (o musa) de Emir Kusturica, el actor serbio Srđan Todorović, quien en esta ocasión retrata a un actor porno venido a menos quien se adentra, sin saberlo, al mundo del temido snuff.
Los aires del cambio
Con el estreno de “La guerra de las galaxias, (“Star Wars”, George Lucas, 1977), el cine mundial, sobre todo el de Hollywood, comenzó a virar hacia películas de grandes presupuestos y acción desenfrenada; las épocas de los grandes cineastas como Alfred Hitchcock, que para ese entonces estrenó su última película “Trama macabra” (“Family Plot”, 1976) y Stanley Kubrick, quien después de Barry Lyndon (1975) solo realizaría tres películas más entre 1980 y 1999, estaba terminando, ahora serían los James Cameron y Steven Spielberg quienes llenarían las salas de cine con acción, mucho dinero y poca originalidad creativa, más allá de las historias pulidas y bien contadas, películas artesanales más que artísticas. El cine definitivamente estaba cambiando.
Ya en 1978 con el estreno de la controvertida “Pretty Baby” comenzaron a verse signos de desgaste de este cine polémicamente liberal cuando Susan Sarandon, actriz principal del filme, sugirió, de hecho ordenó, que no se usara el cuerpo desnudo de la pequeña Brooke Shields sino que se sobrepusiera el cuerpo de alguien más a manera de protesta por la hipersexualización de la pequeña actriz. En ese mismo año se estrenaría “Superman” (Richard Donner, 1978), otro éxito de taquilla que seguiría la estela de “La guerra de las galaxias”; el cambio de aires en el cine incluso afectó a la ya mencionada “007: Misión espacial”, ¿quizá el agente de George Lazenby tenía razón después de todo?
El otro cine de los años setenta estaba cediendo terreno al cine de acción, de ciencia ficción y de fantasía y las óperas espaciales comenzaron a generar mayor interés que una supuesta liberalidad sexual que no terminó por cuajar del todo. Para los ochentas, el sexo y la sangre comenzaron un lento pero inexorable paso a la decadencia; incluso Dario Argento en esa década solo haría cintas de corte más bien mediocre como “Phenomena” (1985) aunque con algunos destellos de genialidad como en “Tenebrae” (1982) y “Opera” (1987), su última película antes de pasar por una serie de filmes muy mediocres en los años noventas.
Para finalizar, el cine en los años ochentas comenzó a moverse por esferas más conservadoras y a la vez masivas creando en esta década las películas comerciales más icónicas del cine hasta la fecha.
Epílogo
Para el 2011, la actriz y directora Eva Ionesco, sí, la misma Eva que a sus diez años posó para Playboy a los doce protagonizó “La Maladolescenza”, escribió y dirigió “My Little Princess”, un film autobiográfico en donde relata la obsesión de su madre, Irina Ionesco, por sexualizar y vender su imagen a fotógrafos y directores; fue una manera de expulsar sus propios demonios a la par que retrataba a una sociedad de los setentas que pasaba a ser una de las épocas más exitosas a nivel económico en el mundo durante el siglo XX y cuya complacencia rayaba en lo ridículo para los estándares modernos.
El sexo y la sangre comenzaron a filtrarse a través de ópticas diversas, a diferenciarse una de la otra, no olvidemos que en los años setentas era común que las películas de horror y gore fueran subcatalogadas como sexploitation o porno blando; de hecho “Spermula”, que curiosamente se pueden ver reminiscencias de ella en “Neon Demon” (Nicolas Winding Refn, 2016), quizá fue prematuramente el último aliento, una película con tintes de horror, ciencia ficción, porno y ambivalencia en el caso de Eva Ionesco en cuyo pietaje final solo salió un par de segundos antes de extinguirse en la autocensura que el cine comenzaba a vivir, una auto regulación que le permitiría sobrevivir y acrecentar su dominio como el más grande entretenimiento mundial hasta la fecha.
Autor: Rodrigo González